Paseaba,
miraba cada rincón, cada árbol, cada casa por la ventana
del bus…
Esperaba ver algo que me sacara de esa rutina tan
tediosa que estaba acabando con mi vida.
Quizás mi vida ya había acabado hace mucho, quizás.
Y entonces vi el paradero y era donde tenía que bajarme,
en efecto, me bajé.
Empecé a caminar sintiendo el viento rozando mis mejillas
y jugando con mi cabello, estaba ahí.
Me sentía libre y no importaba, me sentía sola.
Cuando de pronto mis ojos se posaron en un rostro, tu
rostro. Mi corazón empezó a dar saltos tan fuertes, latía tanto, tan rápido y
tan fuerte, sentía que la sangre me hervía, que los pies no me respondían, las
manos me temblaban y los ojos, quién sabe cómo se veían mis ojos…
Era tu rostro iluminando mi oscuro día, no existía más.
Ni rutina, ni miedo; ni soledad, ni tedio.
Y como todas las cosas bonitas, se termino. Y la culpa
fue mía porque tu no me viste y no hice nada para cambiarlo, fue como si no
pudiese reaccionar. Me sentía aterrada y a la vez feliz.
Era esa típica felicidad llena de melancolía y recuerdos
de trasfondo.
Te vi y no pude moverme, no quise. Seguiste caminando con
tu mirada perdida, con tus manos en los bolsillos y sin ganas de mirar a tu
alrededor. Y yo, tan débil, quise dejarte así.
No he de volverte a ver pero es lo que esperaba para
darme cuenta de que las cosas solo pasan una vez y de haber una segunda, jamás seria
igual.
Ahora que te he visto y te he dejado ir, me atrevo a ver
por mi ventana con una sonrisa en el rostro, sin miedo ni tedio, sin más ni más.
Sin desmemoriados
Sin desmemoriados
Recuerda que siempre podrás volver a este sitio.
Gracias por leer mi entrada.